¿CUÁL ES TU PREGUNTA FUNDAMENTAL?


A algunos de los docentes o compañeros de estudio
les hemos escuchado decir comunmente: "no des respuestas a preguntas que nadie
se ha hecho".

Cuando hemos puesto atención a esta frase seguramente nos
sentimos motivados a investigar cuáles son las preguntas de los hombres y
mujeres de nuestro tiempo. De modo que, conociéndolas, nos demos a la tarea de
buscar las respuestas adecuadas.

Pensamos, no obstante, que sería mejor
que, antes que todo, empezáramos investigando cuáles son nuestras propias
preguntas, o en otros términos, cuál es la racionalidad que sugieren nuestras
preguntas.

sábado, 3 de noviembre de 2007

LA GLORIA DE LA TRINIDAD ES EN LA TIERRA

LA GLORIA DE LA TRINIDAD ES EN LA TIERRA[1].

Elaborado por: Miller Fernández.
3 de Noviembre de 2007

Partiré realizando una reflexión sobre aquel modo como se vivencia la doxología en nuestro pueblo Latinoamericano, caracterizado por una realidad de opresión desde la cual ha buscado identificarse con la imagen de Dios Trino que manifiesta su rostro en favor de los excluidos. De esta manera este pueblo se fortalece para construir procesos de resistencia que encuentran como centro el amor filial del Padre para con nosotros sus hijos, impulsando a construir procesos del liberación, los cuales se fundan en la experiencia del Hijo revelado en pro del oprimido asumiendo el papel Trinitario inspirado por la fuerza del Espíritu con el propóstico de construir el Reino de Padre.


La doxología referente a la trinidad ha sido captada en nuestro pueblo como un bien común que congrega a celebrar en torno a aquellos acontecimientos que permiten trasparentar la fuerza liberadora proviene de dicha doxología; encontramos que en momento especiales, (como las inauguraciones de una obra social), se acude a la celebración eucarística para hacer presente y encomendar en las manos del Padre, del Hijo y del Espíritu aquella obra que sólo ha sido posible realizar por la cercanía y acción divina que ha experimentado en el proceso de construcción.

Desde la percepción teológica se lee como obra de Dios trino toda acción liberadora y comunitaria, en la cual se patentiza la imagen de un Dios que no sólo ejerce paternalidad, sino maternalidad, dado que se conmueve con la realidad de dolor por la que pasa su pueblo. Este sentir maternal también es inmanente al Hijo y al Espíritu Santo en cuanto contienen y se constituyen en una misma sustancia con y como el Padre.
Jesús de Nazaret es tal vez la referencia más humana a partir de la cual se puede afirmar que en su existir y en su ontología misma encarna al Dios trino. Las acciones concretas de Jesús de Nazareth trasparentan esa dimensión femenina de la trinidad en favor de la dignificación del marginado, de forma especial de la mujer. Es él mismo quien habita en medio de la humanidad haciéndose humanidad, en el seno de la Iglesia haciéndose eclesialidad, en el corazón de los fieles haciéndose próximo y quien impulsa el amor preferencial por los pobres, compartiendo su mismo destino.

Queda manifiesta la economía de salvación del Padre, como realización salvífica de su presencia en la creación y en la re-creación de los hombres y mujeres, sujetos de liberación permanente en el transcurrir histórico marcado por las exclusiones que se incrementan en la misma medida en que Dios es desplazado a la periferia, al lugar de la indiferencia. Allí encuentra acogida entre aquellos que son sus elegidos, entre los cuales se sigue encarnando para hacer suya su causa. Es ahí donde el ser humano se reconoce como hijo capaz de confiar en un Padre de amor y bondad en cuyas manos se puede abandonar, al igual que el hijo en el regazo de la madre, en una entrega total, nacida de la confianza de ese amor filial que protege a sus hijos y que permite llamarlo Abbá.

Este ambiente de excluidos pone a la persona en una relación especial con Dios-Trinidad, que mantiene una preferencia por aquellos que desde el inicio fueron sus predilectos, son los que se han experimentado partícpes del dinamismo trinitario al ser liberados de la esclavitud; de este modo, el Hijo puso su morada y habitó entre nosotros, como la imagen visible del Padre, buscando realizar su misión, teniendo como fuerza el Espíritu que lo conducía de forma tal que en su existir ejecutó el proyecto del Padre.
El actuar salvífico en la historia no es del uso exlusivo de Jesús como sujeto único, sino el de la Trinidad que se expresa a través del Hijo como personas que se revelan mutuamente unas a las otras, en directa relación con la vida de cada persona en su hacer y existir cotidiano, persivido en el amor y la alegría, pero también en el sufrimiento de la pasión del mundo y de las tragedias existenciales.

El hacer la voluntad del Padre en Jesús es directamente proporcional a las luchas de resistencia contra la opresión, el silencio culpable, la injusticia, en busca de construir un mundo más justo, posible desde una convivencia más humana y fraternal, conciente de los sacrificios que se suelen dar como resultado de esta causa que involucra el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Parece, entonces, que el primer esfuerzo de Dios frente la lucha por la hermandad en la humanidad ha sido revelarse él mismo como comunión. Su primer paso en la construcción del Reino ha sido convertirse él mismo en modelo de comunidad en la Tri-unidad. De ahí que esta buena nueva es especialmente alegría para los oprimidos y condenados a la soledad y al olvido proveniente de la indiferencia ante el dolor del que clama en la orilla del camino. El Reino se trasparenta en la bondad, en la misericordia, en el perdón de aquel Padre que acoge a su Hijo con amor a pesar de las fallas cometidas, que tiene como centro la exaltación del humilde y restablecimiento del derecho violado. Amor que tiene como ejemplo aquel amor inmanente y procedente de los Tres Divinos. Desde estas condiciones el Reino de Dios comienza a realizarse en medio de la humanidad, desde un vivir cotidiano manifiesto en cada ser que opta por el servicio a la vida y la oposición contra las señales de muerte.

La doxología que proviene de los excluidos y que debe ser propia de todo cristiano, está caracterizada por la acogida brindada desde la fe, es una actitud de adoración, agradecimiento y respeto frente al misterio trinitario, ante ella debemos situarnos como misterio revelado, comunicado por el testimonio de la fe, que habita en lo infinito y que hace que se dé un deseo de ver y amar a Dios, y de vivir en una absoluta comunión con él y con todo el universo, entonces podemos reconocernos como hijos e hijas a través del Hijo, viviendo en una comunión y fraternidad universal de amor, que nos impulsa a dar gracias por esa presencia divina, que mora en nosotros y nos invita a integrarnos en la comunión de las tres personas. Acoger el modelo del misterio trinitario implica fundamentalmente un modo concreto de ser frente al otro, dado que la relación del Padre, con el hijo y el Espíritu Santo está volcada hacia afuera, penetra en la creación.

La gloria de Dios se hace manifiesta en la medida en que la trinidad muestra su presencia, potenciada, entregada y comunicada, a través de la trasformación de las realidades que pueden ser manifestación de un antireino esclavizador de la creación, es entendida en el hombre vivo, redimido, el pobre reintegrado en su justicia y en su derecho. La gloria de Dios sólo puede ser percibida desde una realidad concreta de comunión, donde el ser humano encuentra sentido a su vida en relación con los otros. Establecer formulaciones no equivale a experimentar la cercanía de la Trinidad liberadora, sino que tal cercanía es posible, real e histórica mediante la íntima relación con el misterio, el cual se establece como experiencia fundante de su condición de redimido. Esta relación, que en momentos no puede ser trasmitida bajo las reglas de la linguística deja lugar al silencio contemplativo.

Esta contemplación tiene como fundamento la liberación económica que se ha develado en la historia presente y pasada; su base es el Hijo hecho carne, hecho expresión captable para nosotros, poniendo de manifiesto la mejor forma de comunicarse de Dios: mostrándose en sí mismo como experiencia de comunicación substancial. Comunicación que por el Espíritu Santo adquiere jalona la realización de la voluntad del Padre, plenificada en el actuar salvífico del Hijo para dar la libertad al mundo desde dentro. A través de cada persona reivindicada en su relacionalidad, la trinidad se comunica como trinidad en cuanto logra la comunión en la tierra.

Desde estas perspectivas quedan manifiestas las condiciones que se requieren para que se pueda dar la gloría a Dios en la tierra y proclamar una doxología de carácter liberador: gloria al Padre, gloria al Hijo y gloria al Espíritu Santo, serán inseparables de un gloria a la comunión entre los hombres y mujeres de este mundo. Para culminar este escrito quiero dejar planteadas dos cuestiones que nos conduzcan a reflexionar en relación con la verdadera gloria de Dios: cabe preguntarnos: ¿hasta qué punto nuestro continente Latinoamericano está en condiciones de vivir la gloria de Dios en la tierra? ¿en qué nuestras relaciones contribuyen a la realización de la gloria de Dios?





[1]Este escrito está basado en: BOFF, Leonardo, La trinidad, la sociedad y la liberación, Ed. Paulinas, Madrid 1987. pp. 191 – 230.

No hay comentarios: