¿CUÁL ES TU PREGUNTA FUNDAMENTAL?


A algunos de los docentes o compañeros de estudio
les hemos escuchado decir comunmente: "no des respuestas a preguntas que nadie
se ha hecho".

Cuando hemos puesto atención a esta frase seguramente nos
sentimos motivados a investigar cuáles son las preguntas de los hombres y
mujeres de nuestro tiempo. De modo que, conociéndolas, nos demos a la tarea de
buscar las respuestas adecuadas.

Pensamos, no obstante, que sería mejor
que, antes que todo, empezáramos investigando cuáles son nuestras propias
preguntas, o en otros términos, cuál es la racionalidad que sugieren nuestras
preguntas.

martes, 18 de septiembre de 2007

UNA EXPERIENCIA DE DIOS: UN ASUNTO HUMANO-EXISTENCIAL.




PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA
FACULTAD DE TEOLOGÍA
MISTERIO DE DIOS
JORGE JAIMES
MILLER FERNÁNDEZ
FREDDY CORREA
BOGOTÁ, 15 DE SEPTIEMBRE, 2007.


UNA EXPERIENCIA DE DIOS:
ASUNTO HUMANO-EXISTENCIAL.



El presente texto tratará de interrogarse por la experiencia de Dios siguiendo la clave histórica existencial puesta en el transcurso del estudio de la temática acerca del misterio de Dios. Desarrollaremos este asunto en dos partes: en la primera se establecerá el punto de partida desde el cual surge el cuestionamiento acerca de dicha experiencia; y en la segunda se concretizarán tres características propias de la manera de comprender la experiencia de Fe: transparencia, existencialidad y profundidad. Cada parte del texto se introducirá con una pregunta.


¿O LA ESTRUCTURA HUMANA CAPAZ DE TRASCENDENCIA O LA VIDA HUMANA MALTRATADA?


Es conocido el debate generado en ciertos ámbitos de la filosofía clásica acerca de la pregunta por el ser. ¿Qué es el ser? ¿cuál es la manera indicada de referirse a él? ¿el ser existe por su propia capacidad o su existencia es un acto segundo? Han sido numerosas las consideraciones que se han realizado en torno a estas preguntas. Quizá las tendencias más notorias han sido dos: por una parte, la comprensión del ser desde la metafísica, y por otra, la comprensión desde el ámbito de lo político.

Cuando se ha querido caracterizar la primera tendencia se ha acudido a términos como “sustancia”, “inmutabilidad”, “estaticidad”, “idea”, etc. Y para referirse a la segunda se ha recurrido a categorías como “mundo”, “espacio”, “tiempo”, “mutabilidad”, “práctica”, etc. Estas distintas denominaciones se han yuxtapuesto, dándole relevancia a la primera en menoscabo de la segunda: "la sustancia" es la verdadera esencia del "mundo", el ser es "inmutable" en medio de las contingencias del "espacio" y del "tiempo". Sin embargo, ambas tendencias han encontrado prosélitos en el transcurso de la historia
; han hallado sus representantes.

Este antagonismo relacionado con la pregunta por el ser es muy amplio y no es menester abordarlo en este texto. Pero ello no ahorra la necesidad de aproximarnos al problema, ya que toda búsqueda de comprensión del ser humano está orientada bajo el asunto fundamental, fundante y subyacente del modo como se comprende el ser.
De este modo, por ejemplo, si cualquiera se interrogara por la experiencia humana de la familia determinado por una interpretación del ser como substancia concluirá que el padre de familia nunca podrá ser distinto con sus hijos, le dirá a éstos que no se esfuercen en cambiar sus actitudes porque ellas son "substanciales", en fin, no cabrá la posibilidad de pensar un ser humano abierto a nuevas maneras de ser y pensar.

En otras palabras, el ser comprendido de uno u otro modo es el punto de partida que determina toda reflexión con respecto a la experiencia humana en cualquiera de sus connotaciones: “experiencia del amor”, “experiencia del trabajo”, (y por supuesto), “experiencia de Fe”.

La historia demuestra que en la experiencia humana es posible indagar a partir del ser de la metafísica. Un ser de la abstracción tendrá como búsqueda fundamental hallar la esencia de sí mismo, y de todos los entes con los que esté en relación: tal vez el mundo, tal vez Dios, tal vez los otros seres humanos. Asimismo, y con su respectiva diferencia, también es posible indagar en la experiencia humana a partir del ser de la política. Un ser del mundo mutable buscará fundamentalmente asirse al curso de los tiempos y al cambio de los espacios.

Seamos reiterativos: es posible preguntar por la experiencia humana desde ambas perspectivas. En el juego de la argumentación, cada una de ellas permite discurrir sin mayores contratiempos
[1].

En este texto se busca no investigar en el amplio campo de la experiencia humana, sino en una de sus connotaciones o dimensiones: la experiencia de Fe. Hacemos una opción por un punto de partida que, por el desarrollo siguiente, consideramos adecuado. Por eso, sin más preámbulo, creemos que la perspectiva apropiada en la comprensión del ser para aproximarnos a la experiencia de la Fe, es la concepción de un ser en clave política, es decir, situado en las mutabilidades dramáticas de la historia, en los espacios minados de la tierra, en los tiempos de vendaval, guerra y hambre y en la concreción de la lucha por la justicia.


LA EXPERIENCIA DE FE:
TRANSPARENCIA, EXISTENCIALIDAD Y PROFUNDIDAD.


La insistencia en la clave política de la experiencia de Fe debe operar una crítica real, antes que todo, a la manera como dicha experiencia se ha comprendido. Claramente hablar de experiencia de Fe, implica decir qué se entiende bajo el término “experiencia”. ¿Se puede experimentar la Fe? O más aún, ¿la Fe es experimentable? ¿Qué es lo que se experimenta bajo la categoría “Fe”?

Si se quiere problematizar más se podría pensar, dentro del ámbito de la religión, que lo que se comprende cuando se habla de “experiencia de Fe” es totalmente equivalente a “experiencia de Dios”. Y ¿si Dios es experimentable, de qué modo lo es?

Frente a estos interrogantes, presentaremos algunos autores que se han preguntado mejor que nosotros sobre la cualidad de la experiencia de Fe.

En el contexto latinoamericano, precisar lo que se comprende como “experiencia de Fe” o “experiencia de Dios” no es cuestión de juegos retóricos en la academia. Basta hacer “una visita” a las personas que viven oprimidas en sus conciencias bajo la idea de que si ahora lloran, en el cielo reirán y de que si ahora sufren en el cielo gozarán. Esforzarse por comprender la experiencia de Fe no es cuestión retórica, es cuestión de implicación vital.

En la realidad social de nuestro país, Colombia, es necesario operar un desenmascaramiento de las funciones ideológicas de las representaciones de Dios que han contribuido a la cada vez mayor perpetuación de una sociedad injusta y discriminatoria. Esta búsqueda no se puede superar con el hecho de crear nuevas imágenes conforme a nuestro tiempo. Es necesario profundizar en el sentido de quién es Dios y si es posible superar la crisis de sus representaciones. Propiamente es Leonardo Boff quien puede ayudarnos a profundizar en esta problemática. Él se pregunta por las representaciones que se han hecho de Dios y propone un punto medio
[2]. Veamos.

En primer lugar, el trascendentalismo o el Dios totalmente otro. Al respecto, se percibe un Dios como lo inagotable de la intelegibilidad, que está más allá de todo y que no puede ser contenido en nada. El problema radica en que se descubre a Dios por encima del mundo, ajeno a él, y por lo tanto, in-experimentable en las mediaciones mundanas.

Se genera una separación entre el Dios por encima del mundo y en el que creen los hombres habitantes del mundo; es un Dios que lo sabe todo desde el seno materno. De esta manera se despoja del carácter profundo de lo humano. Con un Dios así, en el ámbito católico, la Iglesia se constituiría en una mera reserva depositaria de la Fe, dado que ella sería la “encargada” de ser sagrario de este Dios de “ultramar”. Al concebir un Dios sin mundo necesariamente se pone en evidencia la comprensión de un mundo sin Dios.

En segundo lugar, el inmanentismo o el Dios radicalmente íntimo. Éste se presenta demasiado íntimo al ser humano y al mundo en general. En este sentido, cualquiera puede decir haber visto a Dios directamente caminando en los pasillos del templo. Se experimenta a Dios como un fenómeno del mundo, que puede ser percibido en visiones, audiciones, consolaciones interiores, etc. En esta comprensión antropomórfica de Dios, fácilmente la ley humana se sitúa en el mismo plano de la ley divina, adquiriendo soporte la primera para ser utilizada como herramienta para privilegiar a unos pocos en contra de la mayoría. Se debe hacer una correcta lectura que permita resaltar la experiencia del Dios vivo y verdadero que está en el mundo, pero que no se agota en él.

El trascendentalismo afirma a Dios y niega el mundo, el inmanentismo afirma el mundo y niega a Dios. Boff, aunque no deshecha la trascendencia e inmanencia de Dios, apuesta por otra categoría: la transparencia, entendida como la mostración de la presencia de la trascendencia por medio del mundo. Es decir, Dios manifestado a través del hombre y del mundo, viviendo en el corazón del mundo y, a su vez, más allá de él, sin extraerse totalmente del aquí y del ahora ni tampoco convertirse en un fenómeno del mundo. Dios cobra significación para el hombre cuando emerge de la propia situación histórica de éste. Un testimonio de tal significación lo encontramos en el pueblo de Israel, una paradigmática comunidad que ha atestiguado en las Sagradas Escrituras cómo Dios se ha transparentado en ellos.

Dios es transparentable para el hombre en cuanto éste se abre hacia Él y se arriesga a experimentarlo. Debemos entender el experimentar como el conocimiento que adquiere el hombre cuando sale de sí mismo y entra en relación con el entorno, como una de sus características centrales, que le permite elaborar una imagen más ajustada a la realidad. La experiencia tiene la capacidad de conferir autoridad a toda representación cognoscitiva. Es el vivir constante en diversas situaciones el que conduce a acumular un conocimiento que se puede comprobar, el saber humano se sustenta en la experiencia y, por consiguiente, en ella se hace conciente.

La experiencia tiene un elemento subjetivo y otro objetivo. En el encuentro de ambos se estructura la experiencia. Los modelos de preconcepciones, presentes en la persona, al confrontarse con la realidad se comprueban o corrigen generando nuevas posturas. La experiencia es una manera de situar el mundo dentro de nosotros, ocurre desde una vivencia concreta fruto de la experiencia que reviste el carácter de horizonte en perspectiva liberadora.

En la experiencia típica de nuestro mundo hay un saber cada vez más detallado, todo lo que existe debe ser objeto del conocimiento científico-humano, incluso Dios mismo -en el caso de los creen en su existencia. ´Saber es poder´. Se ha dado origen a un mundo técnico científico como obra humana, la ciencia se manifiesta como exacta y segura, se buscan fines de acuerdo a los intereses, lo cual determina y presupone los resultados. Se encuentra, entonces, al hombre esforzándose por dar explicación a los fenómenos que analiza, queriendo trasformar al mundo por medio de la técnica, preguntándose después por el sentido de tales fenómenos. El hombre busca la manera de realizarse desde esta perspectiva, a la vez que consigue construir su propia historia.

En este ámbito técnico-científico, la imagen de Dios se propone como la explicación de la realidad empírica. Es decir, Dios se encuentra en reserva, en olvido, silenciado; pero aunque no se hable de él, está en la base, es como la raíz para el árbol. Algunas tendencias científicas se proclaman ferozmente como capaces de crear la vida; Ciertamente el hombre está en capacidad de generar con la ciencia el bien o el mal, ya que goza de libertad, la cual debe enfocar a favor de la vida, aunque, como sabemos, en varios momentos históricos la ciencia ha sido el arma de la guerra.

En general, los modos de representar a la experiencia de Dios conllevan repercusiones sociales claras. A una imagen de Dios trascendentalista le corresponde una mentalidad futurista, es decir, seres humanos que apocan el valor del tiempo presente en pro de la espera de “lo que no se ve, pero que hay que esperar”. A una imagen inmanentista de Dios le corresponde el más devastador uso de la religión: la divinización de las instituciones, ya que Dios está tan dentro de tal o cual institución que ella se convierte en Dios mismo. Pero a una imagen del Dios que se transparenta en la mediación del mundo le corresponde la posibilidad de ser experimentado por el hombre en el encuentro con la “mundaneidad”.

Sin embargo, cabe decir que afirmar en la transparencia de Dios la posibilidad de experiencia humana de Él, devuelve a este texto a la pregunta inicial: ¿cómo se comprende esta experiencia? O ¿a qué tipo de experiencia se refiere?

Ayudados por Carlos Bravo, recordemos que existen diversas formas de experimentar
[3]. Encontramos tres tipos de experiencia: en primer lugar, la empírica, equivalente a una percepción inmediata sensitiva, no sometida a reflexión, se da en la cotidianidad de la vida. En segundo lugar, la experimental, que se realiza de forma reflexiva dentro de condiciones establecidas, es el elemento propio de la ciencia. Y en tercero, la existencial, que incorpora la totalidad de la experiencia humana; aquí se desarrollan las experiencias básicas de la vida, se da un paso de los datos históricos a un valor significativo-humano, mediante el paso de la interpretación a la compresión.

Los elementos esenciales del experimentar que señalan la forma de actuar en el campo específicamente humano tienen rasgos distintivos:

a) La experiencia se origina cuando se capta simultáneamente la relación entre el sujeto y el objeto; el hombre cobra conciencia de ser alguien que habita con otros seres y objetos.
b) Se requiere el encuentro inmediato con el objeto del conocimiento que se revela; es una captación a través de los sentidos; de esta manera se logra una apertura global al mundo, incorporada a una actividad consciente.
c) La historicidad del experimentar conlleva una ligación al contexto social en el que se vive; por eso, toda experiencia se encuentra ligada al momento coyuntural.
d) La historicidad entendida como apertura permite que el hombre viva de diferente manera en el mundo, en cuanto que lo experimenta de distinta forma.
e) La experiencia en clave de Movilidad y apertura, favorece que dinamicidad de la vida; se ahí que la experiencia corre riesgos cuando se ve sometida a ritos de la monotonía.
f) El ser humano por su estar en el mundo necesariamente es lenguaje. Un yo es para un Tú en cuanto habla; es su elemento ontológico. El encuentro de significación con el tú constituye la posibilidad de comprenderlo y comprenderse a sí mismo. La palabra permite crear, dado que la cosa existe en cuanto se encuentra una palabra para ella. El lenguaje es un sistema de formas producidos por el hombre para entrar en comunicación y relación de múltiples maneras con la realidad y los signos del lenguaje son el dato tomado del medio ambiente, que puede ser también un gesto o un objeto que se encuentra relacionado con algo diferente a él, sirve de orientación para quien lo percibe.

La experiencia de Dios en cuanto experiencia humana está inserta en las fronteras de lo humano. Ello no quiere decir que Dios no sea capaz de hacer, decir, o querer nada distinto por fuera de los límites humanos, de otro modo sería una invención del hombre. Pero si precisamente, el actuar de Dios consiste en jalonar al ser humano finito a salir de sí en la infinitud de la entrega a los otros, entonces ese Dios no puede ser condicionado por las manos humanas
[4].

Con todo, la experiencia de Dios está referida fundamentalmente al tipo de experiencia existencial, dado que la Fe es el resultado de una relación existencial, es un acto de encuentro y de confianza que abarca la totalidad del ser.

El lenguaje de esta experiencia pone de manifiesto la constitución intrínseca de la misma. Una experiencia experimental se comunica en códigos precisos, claros y distintos. A partir de ello, se puede intuir retrospectivamente su metodología lógica y su objeto medible. Asimismo, la experiencia existencial tiene el símbolo como su expresión propia.

La simbología de la experiencia existencial en cuanto ámbito de la experiencia de Fe, abarca los niveles más profundos del ser humano. Mueve al hombre a la configuración del sentido de la vida. Por el sustantivo “símbolo” se entiende todo dato empírico que manifiesta experiencias no tematizables, pero con función comunicadora que vincula y se enraíza en lo más profundo de las culturas como manifestación grupal.

El símbolo permite articular las figuras tomadas del lenguaje corriente y natural, con nuevos horizontes de valor. Los objetos producidos en esta experiencia son verificables y evaluables dentro de la experiencia que las produjo. Por eso, la experiencia de Fe se envuelve en el proceso dinámico y significativo de historicidad, relacionalidad, movilidad y apertura tal como la experiencia en que se origina.

Atribuir al símbolo una función comunicativa es difícilmente aceptado por los presos de la pereza existencial que no se preguntan por el sentido de la vida; aquellos que prefieren los lenguajes descifrados y no los simbólicos. Sin embargo, esta existencialidad de la experiencia de Fe es la que confiere al hombre el poder encontrar en Dios no meras esencialismos y profecías del futuro, sino el significado profundo del devenir histórico.

Paul Tillich ha sido quien nos ha iluminado en el uso de estas palabras: profundo o profundidad
[5], presentes en nuestra vida diaria, en poesía, en filosofía, en Biblia y en otros escritos religiosos. Profundidad es una dimensión del espacio, pero a la vez es símbolo de una realidad de significado.

Todas las cosas tienen una superficie, que es aquello que se manifiesta en primer lugar. La superficie muestra lo que parece ser, lo cual en general conduce al malentendido. Así se frustra la esperanza humana de conocer realmente las cosas. Por eso, se intenta penetrar bajo la superficie, para conocer las cosas tal como son en realidad, pues el hombre siempre se ha preguntado por la verdad, pues quedaron decepcionados de la superficie que engaña; lo que un día se manifestaba como verdadero, al día siguiente era lo externamente constituido por las impresiones. Frente a ello, la ciencia ha procedido sometiendo a examen las confecciones normales, lo que se había tenido como evidente.

De ahí que frente a toda experiencia humana sea necesaria la pregunta por el sentido. Ciertamente parece que nuestra vida se mueve en la superficie, expuesta a incontables azares. Si se quiere adquirir profundidad en la vida hay que hacerse preguntas profundas. El ser humano está en movimiento continuo, y con dificultad hace un alto en el camino para penetrar en la profundidad de su vida. Pero cuando algo nos mueve o hace saltar la superficie del modo como nos conocemos, es el momento en que nos encontramos dispuestos a mirar hacia un más profundo estrato de nuestro ser.

Hoy día se ha impuesto una nueva forma de este método, la psicología profunda, que nos retira de la superficie de nuestro propio conocimiento para llevarnos a estratos que ayudan a desarrollar cosas más profundas de nuestra conciencia. Sin embargo, en la existencialidad de la experiencia de Fe tal método no puede conducir hasta el encuentro con lo profundo de esta experiencia, pues su profundidad infinita y fundamento es Dios. El que sabe de profundidad de la Fe, sabe también de Dios.

También en la experiencia de vivir en la comunidad humana sólo se puede descubrir la verdad profunda de la vida mediante el espejo de aquellos con los que nos encontramos. No existe profundidad en la vida sin la profundidad de la vida común.

Si, como se ha dicho, la experiencia del Dios transparentado en la mediación del mundo acontece en el ámbito de la existencialidad de la vida, la búsqueda de la profundidad no tiene otro escenario que el mundo histórico. Es importante decir esto para ser fieles a nuestro punto de partida, es decir que dicha profundidad no está referida al conocimiento metafísico del ser, sino a su desenvolvimiento político.

[1] “Pero si se trata ya de un hablar y un oir, no puede lo humano extinguirse en lo religioso (…). No debe desgarrarse al hombre en pensante y creyente, en hombre natural y religioso”[1]. Cfr, KUSTCHKY, Norbert. Dios hoy, ¿problema o misterio? Ediciones sígueme, Salamanca, 1967.


[2] BOFF, L. Testigos de dios en el corazón del mundo. Madrid: Publicaciones claretianas.

[3] BRAVO, C. El marco antropológico de la Fe. Bogotá: Publicaciones universidad javeriana.

[4] “El hombre sólo tiene como objeto a sí mismo. La actividad divina no difiere de la actividad humana”, Cfr. FEUERBACH, Ludwing, La esencia del cristianismo. Editorial Trotta, Madrid, 1995, p. 81. Presentamos esta cita para evidenciar contra qué se refieren esos pocos renglones acerca de la autonomía de Dios. Aunque el planteamiento supone mayor desarrollo, aquí nos limitamos a una simple señalación del problema: ¿o la Fe no es más que un hablarse a sí mismo o Dios no tiene otra manera de comunicarse sino es bajo nuestras propias categorías?
[5] TILLICH, P. La dimensión perdida. Bilbao: Ed. Desclée.

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